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Niñez
Minerva McGonagall era la primogénita y única hija de un pastor presbiteriano escocés y de una bruja educada en Hogwarts. Creció en las Tierras Altas de Escocia a principios del siglo XX, y poco a poco se dio cuenta de que había algo extraño en sus habilidades y en el matrimonio de sus padres.
El padre de Minerva, el Reverendo Robert McGonagall, había quedado cautivado por la alegre Isobel Ross, que vivía en el mismo pueblo. Como sus vecinos, Robert creía que Isobel iba a un internado selecto para señoritas en Inglaterra. De hecho, cuando Isobel desaparecía de casa durante meses, era para ir al Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería.
Consciente de que sus padres, una bruja y un mago, despreciarían una relación con el joven y serio muggle, Isobel mantuvo su floreciente relación en secreto. Cuando tenía dieciocho años ya se había enamorado de Robert. Lamentablemente, no había tenido el coraje de decirle la verdad sobre su identidad.
La pareja se escapó, lo que provocó la furia de los padres de ambos. Habiendo roto la relación con su familia, Isobel no podía estropear la felicidad de la luna de miel diciéndole a su nuevo marido, que era tan feliz, que había sacado las mejores notas de toda la clase en Encantamientos en Hogwarts y que había sido la capitana del equipo de quidditch. Isobel y Robert se mudaron a una casa a las afueras de Caithness, donde la bella Isobel demostró una gran habilidad para llegar a fin de mes con el mísero salario de un pastor protestante.
El nacimiento del primer bebé de la pareja, Minerva, provocó tanto una gran alegría como una gran crisis. Como echaba de menos a su familia y a la comunidad mágica que había dejado por amor, Isobel insistió en darle a su hija el nombre de su abuela, una bruja con mucho talento. El extravagante nombre hizo que muchos miembros de la comunidad en la que vivían fruncieran las cejas, y al Reverendo Robert McGonagall no le fue fácil explicar la elección de su esposa a sus parroquianos. Además, la melancolía de su mujer le alarmaba. Sus amigos intentaban convencerle de que era normal que las mujeres se sintieran un tanto descentradas tras el nacimiento de un bebé y que Isobel pronto volvería a ser la misma de antes.
Isobel, sin embargo, se volvió más y más huraña, y a menudo se encerraba en casa con Minerva durante días. Isobel le dijo a su hija más tarde que desde el principio había mostrado pequeños, pero inconfundibles signos de magia: juguetes de las estanterías aparecían en su cuna, el gato de la familia le ayudaba a pedir cosas antes de que pudiera hablar, y las gaitas de su padre se dejaban oír en ocasiones tocando solas en habitaciones alejadas, un fenómeno que hacía reír a Minerva de bebé.
Isobel se sentía dividida entre el orgullo y el miedo. Sabía que debía confesarle la verdad a Robert antes de que viera algo que pudiera alarmarle. Un día, cediendo al fin a las preguntas incesantes de Robert, Isobel rompió a llorar, sacó su varita de la caja en que estaba guardada bajo llave debajo de su cama y le mostró su verdadera identidad.
Minerva era demasiado pequeña para recordar aquella noche, sin embargo sus repercusiones le dejaron un amargo recuerdo de las complicaciones de crecer con magia en un mundo muggle. Aunque Robert McGonagall no quiso menos a su mujer al descubrir que era bruja, se sintió profundamente herido por la revelación y por el hecho de que le había ocultado un secreto como ese durante tanto tiempo. Y aún peor era que él, hombre honesto y recto, debía ahora llevar una vida llena de secretos, todo lo contrario a su naturaleza. Isobel explicó, a través de sus sollozos, que ella y su hija estaban obligadas a cumplir el Estatuto Internacional del Secreto y que debía mantener en secreto la verdad sobre ellos mismos o hacer frente a la furia del Ministerio de Magia. Robert también se sintió aterrorizado al imaginarse cómo recibirían los lugareños –una gente austera, recta y convencional– la noticia de que la esposa de su pastor era bruja.
El amor perduró, pero la confianza entre sus padres se había roto, y Minerva, una chica lista y observadora, vivió esta situación con tristeza. Dos hijos más nacerían en la familia de los McGonagall, dos chicos, que también revelarían habilidades mágicas. Minerva le ayudó a su madre a explicarles a Malcolm y Robert junior que no deberían hacer alarde de su magia y, asimismo, ayudó a su madre a ocultarle a su padre los accidentes y vergüenza que a veces causaba su magia.
Minerva tenía una relación muy estrecha con su padre muggle, al que se parecía en temperamento más que a su madre. Vio con dolor cómo sufría por la situación tan extraña de la familia. También se dio cuenta de cuánto estrés le causaba a su madre tener que encajar dentro del pueblo muggle y cómo echaba de menos la libertad de estar con los suyos y poder ejercer sus considerables talentos. Minerva nunca olvidó cuánto lloró su madre cuando llegó la carta de admisión en el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería al cumplir Minerva once años. Ella se dio cuenta de que Isobel no solo lloraba de orgullo, sino también de envidia.
Vida escolar
Minerva se puso en evidencia durante la primera tarde cuando se reveló que era una Hatstall. Tras cinco minutos y medio el Sombrero Seleccionador, que había estado vacilando entre las casas de Ravenclaw y Gryffindor, mandó a Minerva a esta última. Años después, esta circunstancia seguía siendo un tema jocoso entre Minerva y su colega Filius Flitwick, que había tenido el mismo problema con el Sombrero Seleccionador, pero a quien había sido enviado a la otra casa. Los dos Jefes de Casas se divertían pensando que podrían haber intercambiado posiciones en ese momento crucial de su juventud.
Minerva destacó rápidamente en su curso, tenía un talento especial para la transfiguración. Según avanzaba en sus estudios, demostró que había heredado tanto los talentos de su madre como el fuerte sentido moral de su padre. La educación en el colegio de Minerva coincidió durante dos años con la de Pomona Sprout, que más tarde fue Jefa de la Casa Hufflepuff, y las dos mujeres disfrutaron de una relación excelente tanto entonces como después.
Al acabar sus estudios en Hogwarts, Minerva McGonagall había logrado sacar unas excelentes notas: las mejores notas en timo y éxtasis, Prefecta, Chica Principal y ganadora del premio del Principiante Más Prometedor deTransfiguration Today. Con la ayuda de su profesor de Transfiguración, que la había inspirado, Albus Dumbledore, había conseguido transformarse en animago. Su forma animal, con sus rasgos distintivos (gato atigrado, marcas de gafas cuadradas alrededor de los ojos) quedó reflejada en el Registro de Animagos del Ministerio de Magia. Minerva era al igual que su madre una talentosa jugadora de quidditch, aunque una mala caída en su último año (una falta durante el partido de Gryffindor contra Slytherin que debía decidir el ganador de la Copa) la dejó contusionada, con varias costillas rotas y un deseo de por vida de ver a Slytherin destruido en el campo de quidditch. Aunque abandonó el quidditch tras irse de Hogwarts, la competitiva profesora McGonagall se interesó mucho por las fortunas del equipo de su casa y se le daba muy bien encontrar a nuevos talentos del quidditch.
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